Hay quienes dicen que el arte antes del graffiti estuvo siempre condenado a ser un arte de élite, un arte que escondido en el claustro del museo no podía ser disfrutado por nadie que no tuviera la suerte de tener cierta condición social, lejanía que fue valientemente remontada cuando los pinceles, las brochas y las latas de spray se tomaron los muros de las ciudades del mundo para devolver el arte a todo quien quisiera mirar. Nacido, entre otras cosas, como un arte reivindicativo de las luchas políticas y sociales de la humanidad, el graffiti desde sus inicios ha sido una especie de sismógrafo de cada época, detectando entre sus sensores los cambios por los que atraviesa una sociedad, mientras que la ciudad misma y sus muros se han vuelto un reflejo de los fenómenos culturales y sociales que acontecen a su alrededor, cambios que se transparentan en la estética urbana para aparecer en toda su fisonomía. En ese sentido, para Dorian, el graffiti más que un vehículo movilizador de ideas políticas y panfletos ideológicos, es justamente aquello que le permite cambiar la fisonomía de su ciudad; el cómo se ve y el cómo se percibe, siendo a través de los sentidos y no a través de la razón, la manera en la que moviliza su obra. Colorear la ciudad gris es su objetivo; y sus creaciones, su instrumento: llevar el color al rincón más oscuro para devolverle la vida y darle a la comunidad una pieza que le hable a través de las formas y la vivacidad de los colores de su imaginario. Es por esta razón que Dorian define su arte como uno que está dirigido a todos y no sólo a algunos, porque es un arte que habla desde aquello que nos une: la emoción y los sentidos nos pertenecen a todos; sin importar nuestra proveniencia social, nuestro estatus económico o nuestro nivel educacional.
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SANTIAGO DE CHILE - 2022